“Lujo del mar al cielo”
Lujo del mar al cielo
MÓNICA G. PRIETO desde Jiyeh (Líbano)
La entrada de Lazy B. ya promete relax y lujo.
18 de julio de 2008.- En la entrada, erigida bajo un sencillo chamizo de cañas y sobre un parqué grisáceo, un diván artesanal, una cama de madera y una librería tallada a mano repleta de ejemplares confunden al visitante. Más adelante, una tarima de madera delimita los lavabos, una bella sucesión de piletas antiguas sobre un muro verde, de la zona del restaurante, decenas de mesas y sillas elaboradas con caña al estilo arabesco suspendidas sobre el mar.
No, no nos encontramos en la feria de artesanía local –ésa se celebró hace un par de semanas en un recinto ferial de Beirut- sino en una de las playas privadas más chic de todo el Líbano, la confirmación de que el lujo a la libanesa, desmesurado y con un exquisito sentido del gusto, ha regresado a la región.
La revista ‘Time Out’ –que también ‘resucita’ este verano en su edición local tras dos años de cierre por guerras varias- la incluía entre sus favoritas –”clasificada como una playa ecológica, es una escapada tranquila que te hace sentir como si estuvieras en las Bahamas y no en la autopista de Jiyeh”, decía el artículo- y la presencia masiva de clientes VIP constatan su éxito.
Por eso nadie diría que Lazy B., la lujosa playa de moda entre la gente guapa, se pudiera encontrar en Jiyeh, 23 kilómetros al sur de Beirut, en plena zona de Hizbulá y a pocos kilómetros del campo de refugiados palestinos de Ain al Hilweh, considerado la ‘capital de la yihad’ libanesa. Y a nadie parece importarle hasta que los disparos y las explosiones del campo resuenan a pie de playa. “Cuando eso ocurre, en 10 minutos no queda nadie. Esto es Líbano”, se lamenta su dueño, George Boustany, un hombre de negocios que eligió el mejor sitio y el peor momento para levantar un sueño que hoy comparte con un millar de clientes cada fin de semana.
A Boustany, que hace 10 años creó Bamboo Bay, otro ‘resort’ de referencia en la costa libanesa, se le ocurrió ‘revolucionar’ el concepto de playa privada a principios de 2006. “Quería hace algo que se fundiera con la naturaleza, con materiales naturales, algo primitivo. Algo completamente diferente, que no tuviera competencia. Y ante todo, algo sin música”.
Varios bañistas disfrutan de la calma de Lazy B.
George descartó así una constante en las costas libanesas, donde las playas públicas, escasas y desatendidas por un Gobierno en contínua parálisis, no pueden hacer competencia con la oferta privada. Del más de centenar y medio de ‘resorts’ que se reparten (y a veces se disputan) la costa, un considerable número de ellos se basan en una combinación de potentes bafles, champán francés, DJ de éxito –traídos ex profeso- y camas de diseño que sustituyen a las tradicionales tumbonas para atraer clientes. El éxito es notable: cada fin de semana, es necesario hacer reserva para disfrutar de estos ‘resorts’ frecuentados por libaneses esculturales ataviados con las marcas más fashion.
Boom de playas privadas
Edde Sand, Cyan Beach, Bonita, Oceana, Laguava, Green Beach… Las playas privadas viven un nuevo boom gracias a la relativa estabilidad tras dos años de parón por la guerra de Israel, en 2006, y la rebelión de los islamistas de Nahr al Bared, en pasado verano. “Nosotros no cerramos ni por una hora”, se ufana Elie McHantaf, reconocido baloncestista y propietario de Cyan Beach, un lujoso ‘resort’ de Kaslik donde el alcohol corre al ritmo de la musica tecno. “En 2006 bombardearon algún puente cercano, pero nada que impidiera a la gente seguir viniendo. Aquí la guerra es como el agua o la comida: si nos parase, nunca estaríamos en movimiento”, dice con su particular filosofía.
A Kaslik, una zona cristiana, apenas llegaron las guerras mencionadas. En cambio, a Jayeh sí. La playa fue inaugurada siete días antes de un comando de Hizbulá capturase a dos soldados israelíes desatando una guerra que se cebó especialmente en las zonas chiíes del Líbano: los dos puentes de la autopista que hoy conducen a Lazy B. quedaron reducidos a cascotes. Finalizada la guerra, la marea negra producto del bombardeo contra la central eléctrica cercana había cubierto el resort literalmente de petróleo. “De los 400.000 dolares que invertí, perdí más de 100.000. La grasa estaba pegada a la madera, a los muebles, a todo. Este sitio apestaba a fuel”.
Pero George no se derrumbó. Una vez que los zapadores franceses habilitaron un puente de hierro y los limpiadores de chapapote recogieron el petróleo devolvió la vida a su playa. Inauguró de nuevo el 19 de mayo de 2007, el mismo día en que los fanáticos de Fatah al Islam se hicieron fuertes en Trípoli. Otro desastre, dado que la población entró en pánico, temerosa de que las revueltas se extendieran a otros campos de refugiados como los que flanquean Lazy B.
Pero este año, nada parece impedir que el resort se haya convertido en una referencia entre los bañistas. “Los fines de semana estamos completos, recibimos 500 clientes cada día”, explica George. Es la diversión veraniega de los libaneses: tomar el sol por el día a pie de mar para, por la noche, lucir el moreno a ras del cielo.
Terrazas de ensueño
El lujo va del mar al cielo sin perder un ápice de glamour. Según dicen, las bombas que desde 2005 sacuden el suelo beirutí hicieron que, por cuestiones de seguridad, la marcha se desplazara allá donde las explosiones no llegan: las terrazas de edificios altos, convertidas hoy en lujosos bares de música tecno, donde las bebidas más caras del mercado son degustadas en suntuosos sofás con toda comodidad y bellísimas vistas.
En el centro de la ciudad, White y Fly, situadas en las terrazas del diario ‘An Nahar’ y del edificio de la Virgin respectivamente, se disputan clientes, aunque siempre tienen más peticiones de entrada de las que pueden asumir.
Frente a la Corniche, en lo alto del Hotel Palm Beach, la más veterana de las terrazas, Bubbles, dispone incluso de piscinas y jacuzzi para disfrutar de una copa sumergido en refrescante agua y bajo las estrellas.
Pero algo más allá, en el puerto, la perspectiva que se disfruta en lo alto del Sky Bar acompleja a la competencia. Todo Beirut está a los pies de sus selectos clientes dispuestos a pagar un mínimo de 150 dólares por persona para disponer de un diván de diseño. Para entrar la reserva es obligatoria pese a la enorme superficie que ocupa este reputado bar, donde lo habitual es someterse una cola en la entrada casi litúrgica en la cual se debe convencer a los porteros antes de conseguir acceso a los ascensores de subida.
A partir de la medianoche, incluso esto resulta complicado. Una vez que el lugar está repleto, las llamaradas de las antorchas dispuestas en los muros se disparan al ritmo de la música con la que los DJ se esfuerzan por satisfacer al público. Los y, sobre todo, las más atrevidas responden bailando en las mesas sobre afilados tacones de aguja. En el Líbano no hay límites, ni para la guerra ni para la paz.